Gabriel Kaplún
Gabriel Kaplún es comunicador, educador e investigador de la Universidad de la República (Uruguay) y profesor invitado de varias universidades latinoamericanas. Magíster en Educación y doctorando en Estudios Culturales, consultor de empresas, organizaciones sociales, gubernamentales y no gubernamentales, nacionales e internacionales Especialista en comunicación educativa, comunitaria y organizacional, educación a distancia, educación para el trabajo, formación docente, formación sindical y educación popular. Autor de diversos artículos y libros sobre estas temáticas
gkaplun@chasque.net

Cuatro ideas obvias para democratizar la comunicación 

Son obvias, sí. No dicen nada nuevo, que no se haya oído antes. Sin embargo es posible que a cada minuto de nuestro trabajo como comunicadores perdamos una oportunidad que vaya en la dirección que estas cuatro ideas sugieren.

1. La palabra del otro

¿Quiénes hablan y sobre qué a través de nuestros medios? Esta es una primera pregunta que podemos hacernos para pensar en qué medida estamos ayudando a democratizar la comunicación con nuestro trabajo. Una primera mirada u oída a nuestros medios tal vez nos diga que hay unos que siempre están y otros que casi nunca.

Siempre hay un otro en toda situación humana. Alguien que tiene otra opinión, distinta de la oficial o la “correcta”. Otro distinto que el dirigente, la personalidad, el personaje, el experto. Una realidad local, con especificidades propias que no pueden verse en el panorama global y globalizado.

Con frecuencia ese otro ha sido históricamente dominado, tanto que ni él mismo cree tener derecho a su palabra. Nuestro esfuerzo como comunicadores es entonces doblemente necesario y también doblemente difícil. Necesario para quebrar opresiones, difícil porque puede requerir más de nuestra ayuda para facilitar la palabra.

Los grandes medios tienen poco lugar para el otro, que suele quedar reducido a noticia policial o pintoresca. Pero “nuestros” medios también pueden ser analizados desde esta perspectiva. Por ejemplo: los medios de las organizaciones populares llevan continuamente la palabra de sus dirigentes y muy poco la de sus bases.

Los dirigentes cuando hablan suelen usar abundantemente el “nosotros”. “Nosotros creemos, pensamos, decimos...” Suele ser más que un recurso retórico que sustituye al “yo pienso, creo, digo”. Es también una manera de decir: “la organización piensa, cree, dice”. Quien no comparta esa opinión puede sentirse excluido de la comunicación... y de la propia organización. Quien no se sienta parte de ese nosotros puede empezar a sentirse definitivamente un otro.

2. Democratizar el lenguaje

Después de ver quién y de qué se habla podemos preguntarnos cómo se habla. Los medios se han inventado en buena medida un lenguaje propio. Aunque ampliamente difundido y por tanto decodificado con relativa facilidad por todo el mundo, este lenguaje establece una barrera entre emisores y receptores, entre quienes hacen y están en los medios y quienes sólo pueden recibirlos.

Esta barrera inhibe para producir su propia palabra o hace pensar a muchos “otros” que, para poder acceder al medio, deben utilizar ese lenguaje. Los resultados suelen ser desastrosos: intentos de usar un lenguaje que no se domina y que terminan por oscurecer la palabra, por hacerla menos y no más comunicable.

Una tira de Quino expresaba bien lo absurdamente lejano del lenguaje cotidiano que suele estar el de los medios. Mafalda intentaba contarle a Susanita el choque que su padre había tenido y esta la interrumpía continuamente “traduciendo” su relato a “lenguaje periodístico”. “Colisión” en vez de “choque”, “en circunstancias en que transitaba” en lugar de “cuando iba por la avenida”, “al arribar a la intersección” en vez de “al llegar a la esquina”, etc. Mafalda termina pegando a su amiga, que le explicará a su madre que todo fue “por cuestiones del momento.”

Aquí en Ecuador, desde donde escribo estas líneas ahora, el lenguaje cotidiano está lleno de maneras de decir que, según me explican, provienen del kichwa. En lugar de “dame”, se dice por ejemplo “dame dando”. Parece que lo primero sonaría muy imperativo o autoritario y lo segundo se entiende como un pedido amable, un “por favor”. Un educador me dice, con una mezcla de orgullo y tristeza, que ha dedicado toda su vida a corregir a sus alumnos para que, si no pueden evitar seguir hablando así, al menos no escriban de modo “incorrecto”. Los medios por supuesto evitan estos “errores”, aunque cometen muchos otros que se han hecho hábito.

Este operativo continuo de diferenciación entre el mundo escrito y el oral, entre el lenguaje cotidiano y el de los medios tiene algunos aspectos razonables que no discutiremos aquí: las diferencias entre gestualidad (oral) y puntuación (escrita), la necesidad de precisión (mediática) frente a la imprecisión cotidiana, etcétera. Pero básicamente tiene una historia de clase y de raza que es necesario combatir: la del blanco que “habla bien” frente al indígena que “habla mal”, la del señor que puede hablar frente a la plebe que debe callar.

El lenguaje cotidiano en verdad puede ser enormemente bello y potente. Juan de Mairena, el personaje de Antonio Machado, pedía cierta vez a su alumno que pusiera “en lenguaje poético” la siguiente frase: “Los acontecimientos consuetudinarios que acaecen en la vía pública”. El alumno, tras pensarlo un momento respondía: “Lo que pasa en la calle”, lo que merecía la aprobación calurosa de Mairena. Una buena lección para muchos comunicadores expertos en decorar sus palabras con infinitos adornos.

3. Democratizar los medios

Hay muchas maneras de hacerlo. Empezar por dar la palabra al otro y hacerlo con su lenguaje es lo primero y lo imprescindible. Pero hay también otros caminos posibles y muchas veces necesarios, que apuntan a que los medios mismos estén en manos del otro dominado, de quien tiene menos poder: del trabajador o el indígena, de la mujer o el campesino.

Un primer camino posible en esta dirección es el del medio, que se abre a sus “destinatarios”, a su “público”, buscando involucrarlos y convertirlos en sujeto activo del medio. La asimetría emisores/receptores se va superando y se avanza hacia la construcción de eso que algunos denominan “emirecs”, emisores y receptores a la vez.

Por ejemplo pueden abrirse espacios construidos de modo participativo, con metodologías que involucran a uno o varios grupos de personas de la comunidad en todo o parte del proceso de producción. O también crear mecanismos de decisión directa o indirecta de la audiencia, por ejemplo a través de comités designados por la comunidad que asesoran o deciden sobre aspectos importantes del medio (programación, distribución de espacios, etc.)

Un segundo camino posible es el de la creación de medios propios de las comunidades, organizaciones, etc. La diferencia es que en este caso el medio no preexiste y se abre a la participación sino que nace de los propios procesos organizativos. El detalle no es menor, porque puede condicionar la profundidad del involucramiento y la participación. Y puede también permitir tomar decisiones más libres sobre aspectos decisivos: por ejemplo el tipo de medio y sus características. Qué medio necesitamos, para qué, con qué características, son preguntas que no están habilitadas cuando el medio ya existe. Por ejemplo, pensar bien si medio escrito, radial o ambos, es más fácil de decidir cuando ninguno de los dos existe todavía.

En este segundo camino, pero también en el primero en buena medida, hay complejas discusiones y decisiones sobre los métodos de trabajo colectivos y sobre el rol de los profesionales de la comunicación en situaciones donde dejan de ser los únicos decisores. También hay muchas combinaciones posibles entre los dos caminos mencionados que incidirán en estas decisiones.

En cualquiera de estos dos caminos, pero especialmente cuando se tiende más al segundo, conviene no olvidar algunos riesgos. Por un lado las necesidades de formación de los comunicadores no profesionales: la calidad del medio no puede ser el punto olvidado de los proyectos participativos (y lo es, lamentablemente, con frecuencia).

Pero además muchas experiencias muestran como los medios ligados a una organización tienden con facilidad a volverse “oficialistas”. Es decir, a priorizar la palabra de la dirigencia por sobre la de sus bases, con lo cual un medio donde “la gente” se expresa directamente en verdad termina siendo un proyecto donde “alguna gente” puede hacerlo. Este es un problema muy difícil de superar para los medios de organización, tanto que a veces es preferible pensar en un medio “independiente” vinculado de múltiples modos a las organizaciones populares y comunitarias, pero no condicionados directamente por sus organismos de decisión.

4. Democratizar la comunicación

La comunicación no es solo medios. Es obvio, pero lo olvidamos con facilidad. La comunicación circula en múltiples espacios y ámbitos formales e informales: reuniones y asambleas, plazas y calles, fiestas y juegos, casas y mercados. Taimen un sindicato o una organización vecinal son en sí mismas espacios de comunicación.

Recordar esto tiene una primera consecuencia. Todo proyecto que busque democratizar la comunicación debe, necesariamente, pensar en estos múltiples ámbitos y espacios. Porque en la vida cotidiana de la gente estos son al menos tan importantes como los medios. Muchas informaciones circulan por esos espacios, muchos sentidos son creados allí, muchas opiniones formadas o transformadas.

A veces será necesario vincular un medio a estos espacios, otras crear medios adecuados para ellos. Una asamblea puede alimentarse y dinamizarse con un programa radial previo y alimentar uno posterior. Un debate puede generarse en el mercado –y continuar en las casas- a partir de una obra de teatro callejero.

Una segunda consecuencia de recordar que no toda la comunicación es mediada, lleva a la necesidad de analizar a fondo qué tipo de comunicación se produce y reproduce en estos espacios de comunicación interpersonal, grupal, colectivo. Si en una asamblea siempre hablan los dirigentes y los demás se limitan a escuchar y apoyar las decisiones con su voto, la comunicación tal vez sigue sin democratizarse demasiado. Buscar dinámicas y asegurar climas donde la palabra del otro sea posible y frecuente es también parte importante de un trabajo de democratización de la comunicación.

En verdad nuestras sociedades están en su totalidad organizadas a través de una comunicación no democrática, donde la transmisión vertical prima sobre el diálogo horizontal. Los padres hablan y los hijos escuchan, los maestros enseñan y los alumnos aprenden, los jefes mandan y los subordinados obedecen. Así las cosas es lógico que la comunicación siga también este molde en todos los ámbitos de la vida, incluidas las organizaciones que quieren democratizar la sociedad y los medios que quieren democratizar la comunicación.

De hecho el olvido de que comunicación no son solo medios ayuda a consolidar una comunicación poco democrática. Porque si comunicación es central y principalmente medios, quien controla los medios, controla la comunicación. Democratizar la comunicación es entonces democratizar los medios, pero también la vida cotidiana. Es en definitiva, construir una vida donde la palabra del otro pueda oírse en la casa, en la calle, en la escuela, en el trabajo, en las organizaciones, en el gobierno. Y en los medios también, claro.